Una semana en un trabajo en Oaxaca

@Teo Cuenca

Edgar, cómo lo llamaremos para cubrir su identidad, que tiene entre 18 y 20 años de edad, trabaja como ayudante o “chalán”, como se les conoce popularmente, de los choferes del transporte colectivo urbano. 
La vez que decidió laborar en lo que él llamó “un empleo decente, como dios manda”, fue una experiencia que le dejó un amargo sabor.
Llegó a la entrevista de trabajo a un negocio que vende artículos baratos para el hogar, entre servilletas, canasteros, trastes de plásticos, entre otras chácharas, donde la dependienta le dio los pormenores. 
“Aquí entramos a las 8 de la mañana, limpiamos el lugar y tu único trabajo es estar pendiente de los artículos, acomodarlos, limpiarlos, poco a poco irás aprendiendo para que también atiendas al cliente”, explicó Sara, como llamaremos a la joven y que por razones de discreción omitiremos su nombre real.
El lunes era la cita, comenta el joven, ese día estaba entusiasmado por su primer trabajo “formal”, como insiste en llamarlo. 
Levantándose temprano con esfuerzos, llegó acicalado, con una camisa fajada, barata pero formal, un pantalón de tela, a diferencia de sus jeans que usaba a diario, y zapatos, dejando de lado sus tenis, y claro, con su mejor actitud. 
Ya lo esperaba Sara, quien le dio un trapo para que comenzara con sus actividades del día.
Su jornada comenzó con rutinas sencillas; sacudía con su franela; limpiaba por aquí, escombraba por allá, mientras los clientes veían los objetos que le interesaban y decidían si lo compraban o no.
Ese día, Edgar aún no conocía al dueño del local.
Edgar tuvo la suerte de que llegara Sara y le dijera que podía irse temprano por ser su primer día. 
A las tres de la tarde, había terminado una rutina que le resultaba esperanzadora para ganar dinero sin tantas complicaciones. 
Día 2
Llegó el segundo día. Edgar llegó puntual y finalmente conoció al dueño del negocio.
El hombre, de unos 70 años, con rostro inexpresivo, se limitó a verlo apenas de reojo, sin prestarle mucha atención ni hacerle plática.
Cerca de las 11 del día llegó la hora de la comida para el dueño y su ayudante. 
Entonces llamaron a Edgar, y le encargaron que fuera a comprar unas tlayudas. 
El joven, que ya moría de hambre, fue por la comida.
Al regresar entregó el platillo típico a Sara, quien lo llevó con el jefe.
Ahí, mientras Edgar seguía con su trabajo esperando que lo llamaran para comer, el jefe comenzó a desempacar la tlayuda, prepararla con su salsa y colocarle el tasajo, para dar su bocado. Sara lo acompañó con otra tlayuda.
El patrón se comió una tlayudas y la mitad de otra, mientras que Sara una.
Edgar padecía sin probar alimento, aún.
Entonces el jefe llamó al joven, tomó la mitad de la tlayuda que había sobrado y la envolvió en la bolsa en que venía.
“Ten, tíralo a la basura”, dijo sin más. 
Edgar, que narró “con todo el dolor de mi corazón”, tuvo que tirar lo que el jefe no aguantó a engullir. 
Terminó a las seis de la tarde. Durante todo el día el joven no comió. Le habían dicho que no se preocupara por la comida, pero jamás le dijeron que se la iban a proporcionar.
Trabajó un día más, bajo las mismas condiciones, sin comida, además de otras exigencias; tenía prohibido sentarse durante toda su jornada laboral.
Último día
Finalmente el joven esta decidido a no ir más a trabajar. Decidió que cobraría sus tres días de trabajo. Calculó que por lo menos recibiría unos 600 pesos, si le pagaban 200 el día.
No fue durante tres días y se presentó el viernes para renunciar. Estaba Sara y el patrón. Este último ni siquiera se acercó a hablar con el joven, fue la dependienta quien negoció con Edgar.
Después de explicarle que no trabajaría más, le dijo que le gustaría cobrar por los días que estuvo laborando en el local.
Sara le dijo que como el primer día sólo trabajó medio día, le pagarían la mitad, luego le dijo que el resto de días solo le darían lo mínimo, ya que tenían un acuerdo de trabajar a tiempo completo.
Le dieron 250 pesos. Edgar, como nunca firmó un documento que lo amparara, tuvo que conformarse con la mínima cantidad por sus servicios prestados.
Edgar regresó a trabajar con los choferes de urbanos. 

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